Mil veces repito que me encantaría volver a ser una niña. Jugar, reír, que mi madre me lleve a la cama cuando me quedo dormida en el sofá... Pero, sobre todo, por no ser consciente de la crueldad de la gente. Creo que es algo innato en algunos seres humanos, una característica que van mamando desde su más tierna infancia y que, llegado el momento, utilizan contra aquellos que son más débiles que él.
Y es así como aparecen esos seres llamados "tóxicos" sobre los que mil veces se ha escrito y hablado. Y da igual que el resto del mundo te avise del peligro, ahí caerás como si te fuera la vida en ello...
Cuando escribo este post es porque los últimos acontecimientos alrededor de mi vida me han tocado la fibra (muchos me entenderéis, escribir es una forma de desahogo). Y es que cuando tocan a alguien cercano, rasgas tus vestiduras y no te paras a pensar: ¿en qué momento se me escapó? ¿Por qué ha estado tanto tiempo sin que yo me diera cuenta? ¿Por qué no dejo de sentirme culpable?
Las personas tóxicas son aquellas que, poco a poco, van comiéndote el terreno, te engañan con sus juegos, te mantienen en un mundo aparte en el que no existe nada más y crees que eres feliz. Así, poquito a poquito, te enredan y, cuando quieres salir, tienes tan minada tu personalidad, que sientes miedo y parece que sólo hay oscuridad alrededor. No eres nadie sin esa persona, tu vida es una mentira enorme y te hacen sentir como la peor bazofia del universo. No os engañéis, este tipo de seres nos pueden alcanzar a cualquiera, sólo es cuestión de dejarte encantar con sus palabras si no somos ágiles.
Y ahora es cuando veo a esta persona tan cercana en ese momento, veo el miedo en sus ojos, me doy cuenta de la cantidad de veces que me ha mentido envuelta en esa toxicidad del individuo que le acompañaba. Ahí está la crueldad, en hacer sentirse al otro relegado a un segundo plano, a que no eres nadie. Y no sirven las palabras. No es fácil apartarle de la oscuridad en la que cree que vivirá. El silencio que ha mantenido, ahora es un grito ahogado que duele más que cualquier bofetada.
Sé que no es fácil tener un radar para sortear a estas personas de vuestro camino, pero hay que abrir los ojos y, sobre todo, comunicarse. El silencio es el peor aliado del mundo y, en la mayoría de los casos, sólo sirve para no dejar que te ayuden. Y, de verdad, pedir ayuda es fundamental.
Y después de soltar este rollo, parece que me quedo más a gusto. Sólo queda ponerse en marcha.